Me acuerdo del olor a mar chiquita. Aún hoy con mis hermanos nos miramos cuando lo olemos en algún lugar y nos decimos: "Acá hay olor a mar chiquita”.
Ahí pasábamos los veranos con mis hermanos todos los años.
Un mes sin horarios en la tierra del nunca jamás, donde se podía andar en bici a cualquier hora, donde la abuela amasaba los fideos los domingos bien temprano, donde matar una paloma no estaba mal.
Cuando pescar era algo natural, como decir voy al kiosco ¿Qué hacemos? vamos a pescar, aunque sea con un palito y un pedazo de carne que sobro del asado. Pescábamos cangrejos horribles y babientos a los que mi hermana les tenía terror.
Ahí lo veíamos a mi abuelo concentrado agachado por horas mirando el motor de un deslizador, en el que después iríamos de pesca, o arreglando el jeep, en el que ir a cargar agua con un enorme tanque en los límites del pueblo era para nosotros una aventura.
En esa casa había un televisor Panoramic blanco y negro y de noche había más señal que en mar del plata y había una radio Noblex 7 mares en la que escuchábamos lenguajes extraños y nos maravillábamos pensando que alguien en Inglaterra ignoraba que hablaba también para nosotros.
La noche era un campo lleno de olores y ruidos a naturaleza y sapos por todo el pasto y en el medio del jardín un farol con una luz blanca que no iluminaba la inmensidad de la noche.
Sentarse por las noches en las reposeras de madera mientras adentro mi abuela prendía algunos espirales por los mosquitos, sentarse mirando para arriba era hermoso.
Noches de calor de febrero, mirando las estrellas que eran muchas más que en la ciudad, pero muchas más, miles, tantas que no las podíamos contar, buscábamos la más brillosa y pasaba alguna vez una estrella fugaz. Nos dijo alguien, después, que en la ciudad pasan también pero no las vemos, ahí sí las veíamos y pedíamos deseos.
De mañana bien temprano desayunábamos a veces mate cocido con leche otras café con leche, después tomábamos nuestras gomeras las bicis y a hacer puntería, por las tardes a la playa o a la laguna.
Hace un tiempo tomé el auto y volví a la tierra del nunca jamás, a la casa de mi abuelo en Mar chiquita, esa casa que ya no es de mi familia, porque se vendió hace unos 15 años.
Volví, tal vez, porque necesitaba ver lo que había visto de nene, porque necesitaba hablar con ese chico que fue el más feliz y libre del mundo en ese lugar donde no había escuela ni maestros, ni gente que molestara.
Fui de nuevo porque quería ver mi paraíso y sentarme y recordar a mis abuelos, a mis hermanos corriendo y chiquitos, a mis viejos cuando jugaban con nosotros como nenes.
Encontré todo muy parecido, físicamente parecido, pero no era ya mi paraíso.
Ahora sé que ese lugar ya no existe, solo queda en mi recuerdo en el de mis hermanos y en los que lo vivimos.
Aún así, sé que hay algo que me seguirá ocurriendo toda la vida.
Iré caminando por ahí y en algún lugar azaroso me detendré porque vendrá a mí un olor a la niñez, un aroma a la felicidad, el olor a Mar chiquita.
4 comentarios:
Nostalgia al 100 x 100!!!
Dicen por ahi que los olores traen recuerdos...
Es verdad , muy nostalgico el relato. En mi caso pasa eso de los olores pero especialmente con mar chiquita , es curioso que les suceda a mis hermanos también con ese particular olor .
Creo que un poco de nostalgia es buena , aveces, hace recordar algunos momentos especiales y valorar algunas cosas que uno olvida a diario .
No hay mas entradas del autor?
Me tomé unas vacaciones en breve una nueva entrega en este boletín, y gracias por su inquietud Anónimo
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